jueves, 8 de abril de 2010




Era tan real
como si ahora mismo la oliera.
Era tan perfecta,
que su imagen no se borra aunque quisiera.
Era tan igual,
que mis pensamientos los cogía,
los amasaba y los estrujía.
Para mí era tal verdad,
que hasta por dos frases era sustituida.

Y es que no me pude negar,
cuando vi su piel entretenida,
sus manos empequeñecidas,
y una espalda,
de la que no te hartabas de besar.

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Pero a más importante su figura,
sus curvas, su cintura,
su pelo rojizo colgando de la nuca,
sus ojos brillantes en la espesura.

Su agarre, las ganas de sentir locura,
el frote sintiendo la ternura,
su templanza, su mayor sabiduría,
y ante todo,
una piel mestiza y de la dura.

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Pero al final se terminaba la perrería,
el trayecto, el momento de saber que aquí
acababa el comienzo.

Y dejar paso al sentimiento.


Era tal falsedad,
que al despertar es cuando ví
que no existía tal enamoramiento,
que solo fue fruto del tiempo,
y que al estar consciente,
todo encanto se queda en recuerdo.

Ay niña, te espero en mis adentros,
en lo que sigue siendo nuestro hueco
en nuestra forma de amarnos en secreto.


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Cómo pudiste susurrarme amor eterno,
si apenas fueron dos segundos de conocimiento,
si tenías todo un colegio de sustento,
si era yo el que menos me lo merezco.

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