viernes, 28 de enero de 2011





En invierno hace mucho frío -valga la redundancia-, y eso no me gusta.

Camino por la calle y siento el aire fresco helándome las mejillas hasta volverlas duras, las articulaciones de los dedos se congelan hasta el punto de no poder doblarlos, las orejas acaban rojas y prietas al estar debajo del gorro... y aquí es cuando no paro de acordarme del verano. De cómo me sentiría ahora mismo calentito debajo del sol, con manga corta y unas gafas de sol.

Al final pasa el tiempo y llegamos al preciado verano. Te acostumbras al calor ya que hace tiempo que no lo notabas y te sientes agradecido por ello.
Pero al cabo de los días empiezas a verle contras; el sudor inunda todo lo que tocas, el aire se vuelve más pesado cada vez que andas, la ropa te sobra y no puedes quitarte mas capas porque ya estás desnudo, e incansablemente buscas agua hasta debajo de las piedras para refrescarte.
Y es aquí cuando te acuerdas del invierno, de lo bien que se está poniéndote jersey y sudaderas, de lo calentito que se está bajo la manta.

Nunca estamos a gusto con nuestro entorno y siempre queremos más y más.

Irremediablemente así somos y nos cuesta mucho cambiar:
 'Quiero lo que no tengo, y lo que tengo no me gusta.'

2 comentarios:

Lily dijo...

En el ser humano está la capacidad de no estar nunca a gusto con nada. No es sólo con el tiempo; es con el físico, con las calificaciones, con lo largo o corto que tienes el pelo, con lo moreno o blanco que estás, con lo buena o mala que es tu familia, con tus amigos, con tu profesión. La parte positiva es que eso es precisamente lo que te hace crecer y mejorar, el buscar siempre algo más. Pero yo pienso, en mi línea de negatividad justificada, que eso es precisamente lo que hace que el ser humano sea totalmente incapaz de ser feliz. O al menos, el ser humano mínimamente inteligente.

Me ha gustado mucho esta entrada míster! ;)

manuel dijo...

Durante el invierno, soñamos, en primavera ponemos en practica nuestros sueños, durante el verano el calor ahoga los esfuerzos, y es en otoño cuando mueren los sueños y nacen nuevas ilusiones.