viernes, 13 de mayo de 2011

Donde fueras, haz lo que vieras II



Habían pasado ya poco más de cinco meses desde la última vez que decidió matar impunemente. El asesino se tomaba con calma su propósito de volvernos locos entre chica y chica para poder jugar aún más al despiste y así no saber exactamente qué va a ser lo próximo que sabremos de él.

Lo mas complicado era adivinar su patrón de actuación. Teníamos ya claro (por la cola de chicas que llevaba a sus espaldas) que un requisito fundamental para ser la elegida era que fuera hermosa, joven y soltera. A muchas que creímos que serían la siguiente víctima estuvimos vigilándolas durante semanas, pero al ver que no actuaba y el dinero de los contribuyentes se despilfarraba en vigilancia inútil, el Jefe de turno nos dio un ultimátum: 'O enderezáis esta investigación por un camino más positivo o vuestro culo estará dirigiendo el trafico hasta que la artrosis os haga mella.'

Y así una vez más, llegamos tarde y mal para la siguiente desdicha.

Una noche de improvisto nos avisaron a Joana y a mí de que fuéramos a la calle Sagasta nº 22 con urgencia, por el motivo de que se había producido un nuevo asesinato en el barrio y al parecer se parecía bastante la forma de actuar con nuestro hombre maniático. Me vestí lo más rápido que pude y fui para allá, ya que no quería perder ni un segundo post-mortem porque siempre son cruciales para resolver antes la investigación. Joana llegó veinte minutos mas tarde que yo, con el pelo aún revuelto por la cama y sin pintar, pero sin duda tenía las mismas ganas de coger al cabrón de turno que mataba por placer.

La casa estaba situada en un barrio adinerado de la ciudad, dónde los vecinos no saben ni de la misa la mitad lo que pasa en la casa de alado. El césped aún estaba mojado, aunque supongo que tendrán el típico sistema automatizado para regarlo cada noche a una hora determinada. Como siempre, la puerta estaba intacta y no había sido forzada, igual que cada ventana que rodea todo el perímetro del caserón. La excepción estaba en una de las ventanas del balcón de la segunda planta que estaba entreabierta, así que podemos sospechar que entrara escalando hasta por los salientes de la fachada, pero si definitivamente se tratara de nuestro asesino, ese método no sería de su estilo. Él entraría por la puerta principal y siendo invitado.

Dentro de la casa parecía estar todo normal, cada jarrón y mesa en su sitio, aunque eso nos lo tendría que confirmar un familiar o amigo que conociera bien la situación de cada cosa. La mujer, dueña de la casa y la única que vivía en ella aparte de la doncella que no era interna, estaba en su habitación del piso de arriba. Como era habitual en el asesino, no se apreciaba a simple vista ningún desperfecto en todo el escenario del crimen.

Una vez dentro de la habitación nos sorprendió a Joana y a mi el perfume que emanaba la mujer. Invadía toda la sala, incluso se había podido oler un poco en el pasillo. Una vez más, el cuerpo de ella estaba desnudo y maniatado, pero ésta vez la había dejado en posición fetal atando sus manos contra el cuello. Siempre dejaba un objeto introducido en la víctima (aunque siempre introducido una vez ya muerta) y ésta vez era un palo de golf metido por el recto. Por todo lo demás, era siempre igual; el pelo rubio recogido en un moño, ni labios ni ojos pintados, una figura esbelta y unos pechos bastante prominentes. La mujer estaba tendida en su cama de sabanas negras.

Empezamos a buscar por toda la habitación la pista que seguramente nos habría dejado, pero después de un buen rato no encontramos nada así que decidimos buscar por el resto de la casa. Esta vez era algo inusual, ya que solía dejarla normalmente dentro de la misma sala... Tardamos bastante tiempo en encontrarla, puesto que siempre lo dejaba en el sitio mas insospechado. Buscamos por el salón, los baños, la biblioteca y el resto de las habitaciones llevándonos horas mirar cada escondrijo donde podría haberlo escondido. Hasta que por último, mirando en la cocina, la encontramos. Estaba escrito en uno de los plátanos del manojo de seis que tenía en el frutero, y como se veía esperar, con un utensilio de pintura de la víctima: su lápiz de ojos.

Esta vez nos decía así : 'Hay pocas mujeres cuyos encantos sobrevivan a su belleza'.

Claramente no nos daba muchas pistas pero ésta era su firma, ésta era la que le delataba que aún sentía mucho desprecio por las mujeres y que no pararía hasta que se sienta vengado. Y por eso nos ponía aun mas furiosos no poder atraparlo. Ninguna huella, ningún pelo, ni tan solo una pisada de barro que pudiera delatarlo. Todo estaba intacto, impoluto, como si nadie hubiera estado.

Pero a este cabrón juro que un día podremos atraparlo.


( véase Donde fueras haz lo que vieras I )

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