jueves, 2 de octubre de 2008


El humo ya era casi asfixiante, pero era lo normal en estos casos. Bocanadas de hilos grises saliendo de cada cenicero. Y a todo el mundo le gustaba así.

A mi vaso le quedaba apenas dos tragos más y el hielo aun estaba casi intacto. Necesitaba ponerme al nivel de juego y esta vez, el ron me ayudaría bastante.
Sin hacer ningún caso a la creencia de ver las caras de los demas jugadores, cojo las dos mias y le hecho un vistazo rapido; nueve de corazones y jota de diamantes. No está mal para defenderme.

Se habren las tres primeras cartas; ocho de treboles, tres de corazones y diez de picas. Las apuestas no son muy altas, aunque ya son merecedoras de pensarlas. La posiblidad es alta y decides arriesgarte.

Siguiente carta; ocho de picas. Te acojonas, y nunca mejor dicho. Pero sigues adelante para ver que tipo de apuestas se marcan los demas. Uno se envalentona y apuesta alto, el de su derecha le iguala las fichas. Y aqui es cuando notas mas aire en los pulmones.

Mil voces recorren tus oidos, cada uno mas fuerte que el anterior. Te animan, te ayudan a seguir, pero otras te intentan mostrar la realidad. Sientes como cada gota de sangre esta subiendo y bajando por cada vena, y no paras de mirar el mazo como si estuvieras esperando a que te diga cual va a ser la siguiente. La adrenalina sube y sube poniendote cada vez mas nervioso y lo ves claro.

Decides igualar.

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